I – El valor de
escribir la verdad
Dice Brecht: "Para mucha gente es evidente que el
escritor deba escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni
ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos;
no debe engañar a los débiles. Pero es
difícil resistir a los poderosos y muy provechoso
engañar a los débiles. Incurrir es renunciar al
salario.
Renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente
renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita
valor."
Así, con la simpleza de quien sabe lo que dice, Brecht
avanza en el sentido de desvelar el conflicto que
todo escritor tiene -máxime cuando su verbo pretende estar
a la par de lo contingente- de los problemas
reales que viven en el hombre y
la mujer de a
pie, en el tuteo cotidiano con las cuestiones vitales de la
vida.
Nuestro maestro, al hablar del valor necesario, se refiere no al
valor de la pelea, de la fuerza
descontrolada, sino al arrojo indispensable para saberse parar
ante la circunstancia y, en el caso del escritor con más
razón aun, recordando aquella especial atmósfera berlinesa
de los años 30, no dejarse llevar ni por el miedo ni por
la obsecuencia, ese otro nombre de la renuncia a ser humano y la
aceptación a un estado
larvario en el que el interés
pequeño, utilitario y mezquino suplanta a la decencia de
decir lo que uno siente y razona que debe ser dicho en pro de
aquella aproximación a lo verdadero que antes
comentara.
Nos habla el poeta alemán, entonces, de la renuncia a la
gloria, del despojarnos de esa vana presea o del intento de
tenerla, mejor dicho, de llevarla atada a nuestro cuello. Y dice
bien. La gloria es hueca si para –o, por- obtenerla
abdicamos de nuestra esencia bien como de nuestra conciencia
crítica.
PARRHESIA – PARRESIASTÉS
Brecht hace mención, en primer término, a la
validez de proferir aquello que debe ser dicho en pro de lo
verdadero, al buscarlo y ser, valerosamente, auténticos al
atrevernos a tal empresa sin temor
ni a la caída y menos aun a perder falsas preseas.
La verdad y lo verdadero, el arrojo y la porfía son lo que
el francés Michel Foucault trajera
nuevamente a colación en sus celebrados cursos, sobre
aquello que los antiguos ya dijeran con sobrada solvencia: la
parrhesía, que es la libertad de
quien habla y tiene, nos recuerda Foucault, dos enemigos: uno
moral, la
adulación, y otro técnico, la retórica. Y el
parrhesiastés es, como se desprende, aquel que se atreve a
la parrhesía.
Adulación y retórica son, pues, los adversarios de
quien pretende conducirse por el camino de lo verdadero.
Brecht, seguidamente, nos habla del error. De nuestros propios
errores y de advertirlos. Agrega a este nuestro primer paso,
indicaciones precisas que guardan relación directa con lo
mucho y bueno, bien como removedor y no pocas veces "molesto"
para con uno mismo, con nuestra conciencia, cuando opera en
nosotros el remordimiento.
Veamos: "También se necesita valor para decir la verdad
sobre sí mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos
pierden la facultad de reconocer sus errores, la
persecución les parece la injusticia suprema; los verdugos
persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran
perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido
vencida. Por consiguiente, era una debilidad débil e
impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la
bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que
los buenos fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran
débiles requiere cierto valor. Escribir la verdad es
luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo
general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde
se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su
afición a las generalidades, como el hombre
verídico por su vocación a las cosas
prácticas, reales, tangibles."
Esta es la lección inicial de todo hombre, ¿no es
parece?
Hablo, recordando a Brecht, de ser ante todo veraces con nosotros
mismos. Y para esto se precisa valor, el coraje de poder mirarnos
a nosotros mismos frente al espejo de nuestra conciencia y no dar
vuelta la cara sino dejarnos estar para advertir, si cabe, que
por cierto las más de las veces sí que cabe, es
preciso enmendemos nuestros errores, interiores o exteriores, o
interiores que luego reflejan actitudes para
con los otros, sea pasiva como activamente, desmedidas por
diversos motivos.
Por ejemplo yo, el que esto escribe, me he percatado que estaba
ingresando en una suerte de ensayismo, otro nombre del
profetismo, al no adecuar mis dichos a hechos, a datos, a estudios
científicos que establezcan una correlación con el
asunto tratado y, ahí sí, dar mi visión de
la cuestión junto con opciones de cómo
podría ser encarada, según mi leal saber y
entender.
Ser reflexivo; pero serlo desde la cabal asunción de una
mirada tan vasta como profunda al tema que me convoca. Bourdieu.
Pierre Bourdieu, es el nombre del hombre decente que como un
verdadero intelectual supo reflexionar desde la sociología, haciendo hincapié en
esta cuestión: el autoanálisis. Dice Bourdieu,
además: "Yo creo que la forma de reflexividad por la que
abogo es distinta y paradojal por ser fundamentalmente
antinarcisista."
O sea, no sólo antinarcisista por permitirse
autoanalizarse, luego aplicar en sí mismo la duda
razonable, sino que también porque este gran
sociólogo francés propugnaba el estudio de las
cuestiones cotidianas y comunes pero centrales en la vida de las
personas.
Es decir que, comenzando por el suyo, rozaba el ego de muchos que
sólo atienden a las supuestas cuestiones de la doxa,
olvidándose de lo vital que espera ser atendido. O por lo
que muchos, los más, lamentablemente, esperan sea
atendido.
Luchaba contra aquellos pobres sujetos que provistos de los
lentes negros de un ego desmedido que obnubila, sólo
escuchan la música de su voz y
ven lo que quieren ver en aras de una presea más para el
ídolo de barro que crearon y que ya no saben cómo
ni cuándo atender y qué obsequiar.
Son los genuflexos que, en lo que hace a nuestra faena, la de
escritores y pensadores, por caso, escapan de lo común y
vital por la vía del academicismo o del abroquelarse en un
léxico que los diferencie y preserve de los comunes
mortales, esto es, de las cuestiones vitales y centrales de la
vida digna.
Es claro: nadie, ni yo, pretende relegar el estudio más
riguroso de las cuestiones centrales filosóficas, pero
nunca tal estudio y su camino, deben hacernos renunciar a la
esencialidad de la cuestión que una vida digna de ser
vivida reclama sean tratadas en el presente activo de nuestras
vidas y de las vidas de los otros. Que de eso se trata cuando
hablamos de responsabilidad social. Y que los que tenemos por
faena la del pensar, laboremos teniendo ambas premisas en nuestra
circunstancia para accionar, responsablemente entonces, a las
mismas.
Suelo llamar a
tal actitud
abarcadora del hombre de ética
bipolar. Ética que tiene en su universo de
acción,
tanto la ética de la convicción cuanto la
ética de la responsabilidad. Ambas lejos de oponerse, se
complementan, como tanto se complementa en la vida humana. Polos
opuestos se me dirá, pues sí, pero comprendidos en
un todo que los abarca y condiciona, recíprocamente, a ser
no sólo considerados sino puestos a prueba en la
acción cotidiana que antes mencionara.
Tal es, históricamente hablando, el sentido mismo de la
filosofía latinoamericana. Por ejemplo Leopoldo Zea en
México
como Arturo Ardao en el Uruguay. El
ocuparnos de lo concreto sin
que por ello lo trascendente escape a la consideración del
académico como del escritor como del periodista. Y digo
así, dado que analizamos un texto que el
dramaturgo alemán compusiera desde su condición
superior de escritor y pensador.
Estamos, por tanto, en el primero de los cinco pasos a dar para
afianzarnos en el sendero que conduce a lo verdadero. Lo hemos
dado, merced a Brecht, y ahora cabe reflexionar sobre este
movimiento
reflexivo antes de adentrarnos en el próximo.
Permanezcamos en el camino, así tropecemos -que
tropezaremos- qué duda cabe. Hagámoslo, me refiero
a permanecer. Con valor; abiertos a la consideración misma
de nuestra propia idiosincrasia y en el apego al respeto para con
el otro desde la prédica de lo verdadero, munidos de
elementos apropiados y verificables, yendo hacia una
reflexión honesta que nos aleje de la cosificación
del hombre. Distanciarnos, por cierto, de ese hombre en estado
larvario que asume como vida la que le presentan y que él,
acríticamente, incorpora procediendo a naufragar en el mar
de la nada.
Ese pobre sujeto que, despreciando su espíritu y unicidad,
vende su ser, su verbo y, en nuestro campo, su pluma, a la camada
de parias que buscan profiramos las mentiras que el dogma de la
hora imparte pero que ni en la propia sede donde se emiten las
directrices, cumplen con su mensaje. El mensaje fue creado y
está siendo propalado para abarcar más y más
poder y menos, cada vez menos, de lo humano.
Por ello, resistamos a permitir se nos despoje de nuestro
espíritu crítico. Hagamos el intento. Ser humanos
es hermoso, aunque nos duela, aunque sople el viento y nuestras
prendas no sean las mejores ni las más abrigadas. Aunque
no tengamos el aplauso de la claque criolla. No ser cipayos, sino
hombres y mujeres con sentido, con arraigo a la vez que abiertos
al ancho mundo. Y con altura. Erguidos. De cara al otro, con el
coraje de mirarle. Hallaremos no pocas veces, en la mirada con
que el otro reciba la nuestra, dolor y búsqueda de
comprensión frente a nosotros.
Debemos, entonces, permitirnos observar en la noche profunda de
nuestra interioridad, con la luz del
firmamento de nuestra esencia humana, cuál ha sido y
cuál es nuestra propia actitud ante esas realidades que se
van despejando al paso de nuestra postura crítica.
Ahora sí, avancemos.
II – La inteligencia
necesaria para descubrir la verdad
El dramaturgo alemán nos dice, al intentar dar
este segundo paso, que tampoco es fácil la verdad, por lo
menos la que es fecunda. "Porque, agrega Brecht, "el haber
resuelto nuestra primera dificultad, que nosotros enumeramos como
los pasos necesarios para presentarnos ante lo verdadero, da
cierta dificultad de conciencia".
Así se refiere a la tentación de escudarnos en
"antiguas supersticiones" como en "axiomas célebres a
veces muy bellos" pero que en definitiva, unas como otros, nos
separan de una búsqueda honesta y valiente que las
más de las veces tiene como precondición el valor
de atrevernos a mirar más allá de lo obvio, de lo
permitido, de lo que "el sentido común" indica como
"oportuno" o "transitable".
A lo que agrega: "Me permito decir a todos los escritores de esta
época confusa y rica en transformaciones que hay que
conocer el materialismo
dialéctico, la economía y la
historia. Tales
conocimientos se adquieren en los libros y en la
práctica si no falta la necesaria aplicación. Es
muy sencillo descubrir fragmentos de verdad, e incluso verdades
enteras. El que busca necesita un método,
pero se puede encontrar sin método, e incluso sin objeto
que buscar. Sin embargo, ciertos procedimientos
pueden dificultar la explicación de la verdad: los que la
lean serán incapaces de transformar esa verdad en
acción. Los escritores que se contentan con acumular
pequeños hechos no sirven para hacer manejables las cosas
de este mundo. Pues bien, la verdad no tiene otra
ambición. Por consiguiente esos escritores no están
a la altura de su misión."
Tan simple como eso y sin embargo, tan difícil para
muchos.
El epígrafe que consta en este ensayo forma
parte de una importantísima misiva que escribiera en su
momento Karl Marx.
Más allá de su contenido, lleno de sentido, la
intención fue también la de colocar el propio
nombre de Marx. Porque
viene al caso, en este nuevo paso brechtiano.
Porque debemos empezar por reconocer que demonizando personas y
términos como muchas veces sucede y que con la persona y la obra
de Karl Marx tenemos un ejemplo acabado. Nada de bueno haremos
por proseguir en la senda y mucho sí lograremos en
angostar nuestro espíritu, nuestro entendimiento y nuestra
propia relación con los otros si, habida cuenta de lo que
muchas veces ni siquiera fue razonado por nosotros, la
emprendemos contra personas y conceptos, abroquelándonos
en supuestas verdades, rechazando así el empleo de la
razón sensible, junto con el mejor instrumento que tiene
el hombre para prevenir lo dogmático: la duda
razonable.
Entiendo por razón sensible, al método
idóneo para la obtención de sentido humano en la
vida del hombre que, repito, tiene por su instrumento
privilegiado a la duda razonable.
Parapetarnos en ideas o en nombres, bien como el ir contra ideas
y nombres, porque sí , sin mediar análisis alguno, por el mero hecho de
asentir o contradecir supinamente, no nos hará libres,
ciertamente, sino que irá privándonos, nos iremos
privando, mejor dicho, de nuestra unicidad, pasando a ser un
número más en una masa de signo tal o cual, pero
masa al fin.
Este paso que en apariencia, quizá por su contenido
específico, resulte breve en realidad es enorme y
solamente gigantes de espíritu pueden animarse a darlo. La
cantidad, en este caso como en muchos otros, no hace a la
profundidad siendo pues su relación con ésta,
inversamente proporcional.
La grandeza de saber ver en los otros, quizá en el propio
Marx, no a un demonio, sino a un gran pensador filosófico
que atendió, en lo social, con sus luces como con sus
sombras, una búsqueda honesta y profunda de sentido y
proyección vital. Y atrevernos a estudiarlo. Que luego
encontremos en qué concordar como en qué otra parte
quizá discrepar, total o parcialmente, es harina de otro
costal. Lo que no puede pretender un hombre que piensa, luego que
lo hace desde un pensamiento
crítico, es el negarse a hacerlo con libertad, esto es,
sin dogmas. Sin muros ni techos, donde parapetarnos o cobijarnos.
Debemos preferir siempre el descampado y allí permanecer.
Pues lo haremos con la conciencia de un hombre como de una
mujer que se
sabe, cada quien, precario puesto que precaria es la propia vida
humana, limitada y a la vez, dadora de sentido y
trascendencia.
Ciertamente que podríamos decir lo mismo de otros
pensadores, pero hoy lo digo desde el ejemplo de este pensador, a
la vez tan vilipendiado como ignorado por los clérigos
ignorantes de un dogma que colapsa. A quien todos ellos buscan
tapar y si lo hacen por algo será. ¿Por qué?
Pues indaguémoslo. ¿Y cómo? Estudiando al
demonizado, que algo hallaremos, por lo pronto el permitirnos
leer sin cristales coloreados, salvo por el tono que da nuestra
propia búsqueda de conocimiento.
Luego, analicémoslo y recién ahí, si cabe,
emitamos opinión. Esto, repito, debemos necesariamente
hacerlo con todos, pero sin duda alguna con aquellos que desde el
poder, se busca opacar.
No colapsemos nosotros, que para leer a Marx no hay que ser
marxista. Tan sólo hay que ser humano y permanecer. Luego
veremos. Discutamos, dialécticamente,
dialógicamente, si me permiten, pero siempre en diálogo no
en monólogo. Sí al diálogo pues y un no
rotundo al soliloquio de mentes sin conciencia. Apliquemos
siempre la duda razonable.
Permitámonos escudriñar en nosotros mismos, en
nuestros prejuicios, en nuestras limitaciones de época, de
circunstancia, todas ellas y ver en qué medida no estamos
prohibiendo que entre a la casa de nuestro espíritu otro
aire y otra luz
sin que por ello perdamos esencia. Por lo contrario, creo yo,
habremos de ganar en identidad y
coherencia.
Es como en nuestra interioridad: si negamos la posibilidad de
reflexionar, tendremos el soliloquio de un hombre que no se
escucha; si optamos por reflexionar y además hacerlo
críticamente, tendremos un diálogo interior tan
rico como motivador de nuevas y mejores acciones.
A su vez, Brecht nos habla de la importancia del método en
la obtención de resultados ciertos cuando vamos en procura
de lo verdadero, más allá que lo realmente vital es
la voluntad de encontrar, es decir de estar abiertos a las
diferentes realidades que se vayan presentando, pero desde la
incorporación como sistema de
búsqueda de un método todo lo riguroso que nos
permita prevenirnos de falsos hallazgos como de vanas
ocultaciones y, desde luego, del peor enemigo cuando uno procura
lo cierto: nosotros mismos.
El paso a dar es profundo si bien aun nos esperan los tres
restantes. Atrevámonos. Es posible.
III – La raíz
de la cuestión
En el camino hacia la verdad hay un paso que es crucial
y que consiste en el hecho mismo de saber qué realidad y
qué verdad son las que estamos buscando.
Dice Brecht: "La verdad debe decirse pensando en sus
consecuencias sobre la conducta de los
que la reciben. Hay verdades sin consecuencias prácticas.
Por ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la barbarie:
el fascismo
sería debido a una oleada de barbarie que se ha abatido
sobre varios países, como una plaga natural. Así,
al lado y por encima del capitalismo y
del socialismo
habría nacido una tercera fuerza: el fascismo. Para
mí, el fascismo es una fase histérica del
capitalismo, y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy
viejo."
Es sin duda tentador el ingresar al análisis del ejemplo
que Brecht da, pero conviene recordar que es un ejemplo.
Importante, sin duda alguna, pero ejemplo.
La raíz de la cuestión, a mi entender, estriba en
que para decir una verdad, o aquello que uno presume como verdad,
debe tenerse en cuenta tanto los aspectos actuales de la cosa
cuanto más su génesis y en esta, no "olvidar"
detalles a veces no beneficiosos para la carga que pretendemos
darle al asunto tratado. Conocer su circunstancia, haber sabido
mirar en derredor de la supuesta verdad para ver si hallamos en
algún recoveco, trazos que no sólo la invaliden
sino contradigan en su propia esencialidad. No dejarnos
atropellar por lo supuesto, por lo aparentemente obvio. Darnos
tiempo. Y
distancia.
Es decir, texto y contexto, pasado y presente, bien como sujeto
que dice y sujeto que la escucha además de los que en una
u otra medida, se encuentran comprendidos por la misma.
Qué queremos decir y a quién va dirigido y de las
implicancias que, para ambos, tendrá la
explicitación de la cuestión. Sus
consecuencias.
Dice Brecht, en otro pasaje de nuestro tercer paso hacia la
verdad, lo siguiente: "Los que ignoran la verdad se expresan de
un modo superficial, general e impreciso." Y es que quizá
sea la tarea más ardua aquella que emprendemos cuando de
ser veraces se trata.
Porque la cuestión no empieza con la enunciación
del asunto sino con el estudio, a cabalidad, del asunto. Y de sus
connotaciones. De sus implicancias. Del rigor mismo que
apliquemos a nuestro método deductivo, pero antes, de la
seriedad con que procuremos los datos que, ingresados a nosotros
como información, a posteriori, y
reflexión mediante, se traducirán en nuestro
conocimiento, aquel desde el cual nos atrevamos a proferir, a
exteriorizar nuestro parecer ante otro u otros, sabiendo que con
ello estamos desatando el nudo de algo que luego tendrá
sus propias derivaciones.
Y desde ahí, a su tiempo y modo, esos actos que nosotros
dimos y luego olvidamos al atender la mar de cuestiones
cotidianas que vamos generando, tendrán sus propias
repercusiones que de un modo u otro, habrán de
presentársenos, en variada resultante y en unos tiempos
igualmente ajenos ya a nuestro control y
conocimiento.
Por ello, creo yo, Brecht exige -y se exige- rigor intelectual.
Aquella clase de rigor
que no sólo se halla en el modo de búsqueda de
información sino en el proceso mismo
de reflexión que luego tengamos. Puesto que el rigor se
percibe toda vez que abarquemos las diferentes aristas de la
cuestión, incluso aquellas que son contrarias a nuestro
modo de ver las cosas.
Convengamos en lo siguiente: al hablar de rigor, me refiero
también y primeramente, al respeto superior que tanto el
otro cuanto la acción misma, propia o ajena, debe
despertarnos y a partir de cuya condición de existencia
habremos de proceder seguidamente.
Luego, el rigor del que hablo no es la mera propensión a
dar un trato acabado a la cuestión motivo de
consideración sino, reitero, rigor ético, acorde a
los principios que
rigen las conductas de los hombres libres cuya única
limitante a la libertad es, ciertamente, la propia libertad del
otro hombre. Y al hablar del hombre no hago distingo de género
alguno sino que me refiero, naturalmente, al ser humano, sea
varón o mujer.
Y así, con este talante, con rigor intelectual que es otro
nombre para la probidad de una persona en sociedad, en
comunidad, en
relación responsable con los otros, ir en busca de una
verdad, asumiendo implícitamente las consecuencias que
tanto la búsqueda como su hallazgo y explicitación,
su propia exteriorización, tendrán.
Pero en este paso, dice más el dramaturgo alemán:
"El fascismo no es una plaga que tendría su origen en la
"naturaleza"
del hombre. Por lo demás, es un modo de presentar las
catástrofes naturales que restituyen al hombre su dignidad
porque se dirigen a su fuerza combativa. El que quiera describir
el fascismo y la guerra
–grandes desgracias, pero no calamidades "naturales"- debe
hablar un lenguaje
práctico: mostrar que esas desgracias son un efecto de la
lucha de clases; poseedores de medios de
producción contra masas obreras. Para
presentar verazmente un estado de cosas nefasto, mostrad que
tiene causas remediables."
Y termina afirmando lo siguiente: "Cuando se sabe que la
desgracia tiene un remedio, es posible combatirla."
¿Cuántas veces han pretendido hacernos creer que
determinadas cosas, el llamado "mal" por ejemplo, es connatural
al hombre?
¿Cuántas veces han intentado pasar por natural lo
que es producto del
hombre mismo, de su mezquindad, de la ausencia de
reflexión moral a la que se llega por vía de
renunciar a nuestra propia identidad?
¿Cuántas veces han intentado y hemos intentado
mirar para un costado a determinadas "verdades", esas pruebas
lacerantes de la hediondez del hombre pretendidamente
racionalista, en realidad de una razón instrumental, que
se diosifica, luego dogmatiza, deviene en una razón
patológica de igual signo que todo otro fanatismo sea pues
religioso o ideológico?
¿Qué ha sido el fascismo –y lamentablemente
sigue siéndolo en no pocas partes del mundo, algunas muy
cercanas- sino la expresa renuncia de hombres y mujeres a ser
libres, a osar ser libres al dar su anuencia, tácita las
más de las veces a un líder,
a un supremo, con lo que esto conlleva de riesgo y de dolor
pero sin cuyo concurso aquel que reina no tendría
posibilidad alguna de entronizarse en el poder?
¿Es esto rehuir desde el ejemplo citado por Brecht
respecto del fascismo como corolario del capitalismo o es buscar
ir más adentro de la condición humana y establecer
que el hombre como la mujer que no busca la libertad termina por
conculcarla, quebrarla en su raíz?
El hombre libre tiene también su cono de sombra y es ese
espacio al que nos negamos llegue la luz por considerar
más ventajoso –por menos trabajoso- acallar nuestra
conciencia. Es más fácil mirar a un costado y tapar
nuestros oídos, que ver las iniquidades y escuchar los
gritos de los otros. Hasta que el mal llega también al
hombre-que-se-cuida y lo cubre. Y lo oscurece.
Hay que decirlo con claridad: el hombre comienza a perder su
libertad cuando renuncia a afirmarla. Y lo hace desde el preciso
momento que apoya su razón en la de otro hombre.
Es, entonces, el preciso momento en que cesa su facultad de
pensar críticamente en aras de "aceptar" las convenciones
sociales, el llamado "sentido común", el arbitrio de
otros, aquellos supuestos superhombres. Ahí ya está
el hombre cosificado, vaciado de sustancia, de identidad pues las
ha depositado o dado a un líder.
Es cuando aparece, con fuerza, el superhombre, ese pequeño
animal de cuyas fauces provienen los gritos y alaridos que la
razón da cuando adquiere rasgos patológicos.
Esos superhombres, los iluminados, los "supremos", los "llamados"
a "conducir" a los pueblos, toman para sí la justicia y el
modo de dar y dictar justicia. Pero la toman porque los de a pie
se la dan, de a uno y en muchedumbre pero se la dan. Y se da
cuando hubo un proceso en el que todos fuimos corresponsables en
perder el espíritu crítico que debe animar,
necesariamente, a una comunidad que haga o pretenda hacer, de la
democracia
participativa, luego de la responsabilidad
social con un marco de principios que les permitan operar
desde el básico e insoslayable respeto al otro.
Y la noche del hombre llega al hombre y entonces sí, como
dijera Brecht, el destino del hombre es el hombre, la
condición animal puede sobre la racional. Lo animal sobre
lo racional. Y lo humano comienza a fenecer.
Por eso me cuido de abogar por una razón endiosada. Yo no
creo en la diosa Razón, antes bien yo creo en la
razón como método, junto con la alta sensibilidad,
para que el hombre, para que usted, como yo y aquel, arribemos a
un mañana pleno en dignidad y respeto. Hablo, entonces y
una vez más de la razón sensible.
Porque si hay algo que recordar, y muchas veces nosotros los
varones nos sonrojamos de sólo pensarlo, es que entre la
razón, el instrumento, y la sensibilidad, la
"repercusión" del buen uso de tal instrumento, se
encuentra, en el centro mismo de nuestras vidas, el amor. En
sus variadas manifestaciones. Pero sin el amor no hay
razón que valga para poder hacer que lo humano prevalezca
sobre lo animal, en complementaria armonía, pero
esté presente en todos nuestros actos, interiores como
exteriores. Puesto que en la pasividad también hay
–vaya que si la hay- acción.
Descreo de los dioses, de todos. Y sin embargo, apelo a mi
religiosidad, al sentido que lo trascendente tiene para mí
y que puedo hallar en el aquí y en el ahora de las
acciones comunes de hombres y mujeres comunes.
Qué importante el que podamos asumir, reflexiva, luego
críticamente, que a la verdad se llega por la vía
de la autenticidad y de la probidad moral e intelectual. Con
responsabilidad. Y esto vaya si será tarea difícil
y también no exenta de dolor, del dolor que conlleva el
propio aprendizaje a ser
libre, comenzando por atrevernos a conocernos a nosotros mismos
en relación a nuestra actitud para con los otros.
Bertolt Brecht fue un hombre humano que hizo de la razón
sensible su método de vida y que, cuando hubo que aplicar
el instrumento primero de la misma, la duda razonable, lo hizo y
se atuvo a las consecuencias, dando un viraje en el sentido de lo
humano, alejándose del supuesto facilismo que da el estar
a la vera del poder.
Es por eso que intentamos andar los pasos que él mismo
anduvo. En libertad. Con solidaridad y
equidad.
IV – Cómo
saber a quién confiarla
Estamos apenas a dos pasos de enfrentarnos a la verdad,
o quizá sea mejor decir a lo verdadero para que nadie crea
uno pretende totalizar la cuestión que atiende a la vasta
gama de situaciones alejadas de nuestra común
comprensión, en una única verdad, imposible en si
misma.
Así, pues, visitamos este cuarto movimiento de la mano del
dramaturgo alemán quien, escueta pero intensamente,
así se manifiesta: "Un hábito secular, propio del
comercio de la
cosa escrita, hace que el escritor no se ocupe de la
difusión de sus obras. Se figura que su editor, u otro
intermediario, las distribuye a todo el mundo. Y se dice: yo
hablo, y los que quieren entenderme, me entienden. En la
realidad, el escritor habla, y los que pueden pagar, le
entienden. Sus palabras jamás llegan a todos, y los que
las escuchan no quieren entenderlo todo."
Para agregar de inmediato que:"Sobre esto se ha dicho ya muchas
cosas, pero no las suficientes. Transformar la "acción de
escribir a alguien" en "acto de escribir" es algo que me parece
grave y nocivo. La verdad no puede ser simplemente escrita; hay
que escribirla a alguien. A alguien que sepa utilizarla. Los
escritores y los lectores descubren la verdad juntos."
Vamos viendo algo más que letras, mucho más que
palabras concatenadas al estar ante el tramo superior de un
mensaje vital.
Atendamos a lo que falta decir: "Para ser revelado, el bien
sólo necesita ser bien escuchado, pero la verdad debe ser
dicha con astucia y comprendida del mismo modo. Para nosotros,
escritores, es importante saber a quién la decimos y
quién nos la dice; a los que viven en condiciones
intolerables debemos decirles la verdad sobre esas condiciones, y
esa verdad debe venirnos de ellos. No nos dirijamos solamente a
las gentes de un solo sector: hay otros que evolucionan y se
hacen susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son
accesibles, con tal que comiencen a temer por sus vidas. Los
campesinos de Baviera, que se oponían a todo cambio de
régimen, se hicieron permeables a las ideas
revolucionarias cuando vieron que sus hijos, al volver de una
larga guerra, quedaban reducidos al paro
forzoso."
No satisfecho nuestro pensador con obsequiarnos cada vez
más y mejores datos, otorga ahora, otra tonalidad para su
mayor y más clara definición:"La verdad tiene un
tono. Nuestro deber es encontrarlo. Ordinariamente se adopta un
tono suave y dolorido: "yo soy incapaz de hacer daño a
una mosca". Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a quien
lo escucha. No trataremos como enemigos a quienes emplean este
tono, pero no podrán ser nuestros compañeros de
lucha. La verdad es de naturaleza guerrera, y no sólo es
enemiga de la mentira, sino de los embusteros."
Decir las cosas por su nombre y decirlas no mientras miramos a la
nada sino hacia una persona, es la manera que tienen las personas
responsables de afrontar la vida y la libertad.
Cuando habla de buscar un tono, estimo que se refiere
indudablemente no sólo a lo modal, a la manera de decirlo,
sino a la fuerza que nos anime para hacerlo buscando siempre
expresarnos con sinceridad al tiempo que procuramos que aquellos
a quienes nos dirigimos sepan interpretar nuestro mensaje en
tanto esté desprovisto de adornos o desvíos tan
innecesarios como contrarios a la efectiva tarea que nos
comprende. Que parte de nosotros en un lenguaje tan claro como
profundo y abierto a la comprensión del diferente. Que no
sea proferido, pues, desde y para nuestro ego, en un circuito
cerrado al cual la otra persona jamás podrá,
evidentemente, acceder y menos entender.
Por eso es que, a renglón seguido, Brecht habla del valor
o del arrojo que hay que tener para atreverse a ser veraz de
forma tal que aquellos a quienes va dirigida la interpreten como
es, a pesar que en el camino nos indispongamos con los supuestos
custodios del sentido común, de la verdad revelada.
Si nos toca tal situación que la misma sobrevenga no por
nuestra prepotencia sino por el hecho mismo de la acción a
que tiene el derecho, y el deber, una persona íntegra, de
tomar para así, al proceder, desde el respeto, como
entiende debe ser, reitero, el proceder responsable de un hombre
como de una mujer libre.
Ser veraces, tener el coraje de decir lo que tiene que ser dicho
a quienes deben escucharlo, pues el mensaje debe llegar a todos,
ser compartido. Se trata de alejarnos del embuste, desentendernos
de los reptiles que usualmente medran cerca de los poderosos,
buscando servir a la verdad oficial en aras de su propio y
mezquino beneficio. Y en mérito de esa supuesta verdad
única, silencian, apagan, esconden las verdades de a
puño que laceran la vida de los ciudadanos de a pie. Vidas
que muchas veces, hasta con cierto desagrado, preferimos no mirar
y menos aun considerar como parte de nuestra propia circunstancia
vital. Que lo es.
Quien tome por oficio el escribir, como el pensar, y luego lo
vierta en palabras escritas y/ o habladas, debe tener altura para
hacerlo. Es decir, debe permanecer erguido y no caer en la
tentación en la que incurren los mediocres, de agachar el
lomo y su espíritu buscando que por la adulación o
la retórica puedan servir a los mandamases de turno. Por
citar un ejemplo de nuestra época, los comunicadores
sociales, los sacerdotes de los telediarios, tele informativos
como los de la prensa oral y
escrita. Ciertamente los hay decentes y no pocos pero
también, convengamos, los hay de éstos. No.
Hay que atreverse a ser persona. Salir de la animalidad, mejor
dicho, superarla por vía de sabernos responsables en la
correlación de hechos que nuestras respectivas comunidades
tienen para sí y expresan desde sí.
Saber escribir o saber hablar no es tener el don de la pluma o de
la palabra oralizada, sino, creo yo, tener además del
dominio del
verbo, el valor primero e indeclinable de ser fieles a nuestros
principios. Dije fidelidad y no ceguera ante los mismos, sino que
se trata, al menos eso creo yo, de tenerlos con uno para
confrontarlos permanentemente ante las situaciones que las vida
presenta a nuestro paso. También se trata de saber acallar
el soliloquio interior –propio de arlequines y bufones- al
permitirnos, hoy sí y mañana también, que
nuestra conciencia moral dialogue en la interioridad de nuestro
espíritu y que si fallamos, sepamos corregirnos. Pero
siempre a cara descubierta y en el descampado. Que el viento
golpee nuestro rostro pero nunca nuestra cerviz.
Ser veraces pues, convengamos, es comenzar a ser humanos.
Falta un solo paso para presentarnos ante la verdad. Se trata
tanto de darlo como de merecerlo.
V –
Difundirla con astucia
Hemos visto el valor, la inteligencia, la confianza y
nos resta visitar la astucia para difundir la verdad, tal cual
los pasos que diéramos siguiendo al pensador alemán
Bertolt Brecht, quien culmina el cuarto paso afirmando que: "La
verdad es de naturaleza guerrera, y no sólo es enemiga de
la mentira, sino de los embusteros"
A su vez, comienza el quinto indicándonos cómo
Confucio cambió sustancialmente la concepción de la
historia al incorporar, por un ejemplo que cito a
continuación, a la astucia. Y Brecht nos lo dice
así: "Confucio alteró el texto de un viejo
almanaque popular cambiando algunas palabras: en lugar de
escribir el maestro Kun hizo matar al filósofo Wan,
escribió: el maestro Kun hizo asesinar al filósofo
Wan, reemplazó la palabra muerto por ejecutado, abriendo
la vía a una nueva concepción de la historia".
Cita Brecht a continuación otro ejemplo: cuando en lugar
de escribir pueblo se escribe población y tierra por
propiedad
rural. Con lo que se niega, agrega, a acreditar algunas mentiras,
privando a algunas palabras de su magia.
Dice: "La palabra ´pueblo´ implica una unidad fundada
en intereses comunes; sólo habría que emplearla en
plural, puesto que únicamente existen ´intereses
comunes´; entre varios pueblos. La
´población´ de una misma región tiene
intereses diversos e incluso antagónicos. Esta verdad no
debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice ´la tierra,
personificando sus encantos, extasiándose ante su perfume
y su colorido, favorece las mentiras de la clase dominante. Al
fin y al cabo, ¡qué importa la fecundidad de la
tierra, el amor del hombre por ella y su infatigable ardor al
trabajarla!: lo que importa es el precio del
trigo y el precio del trabajo. El
que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el
trigo, y el ´gesto augusto del sembrador no se cotiza en
bolsa. El término justo es ´propiedad
rural´.
Apela Brecht, con contundencia y claridad, a un efectivo
otorgamiento de valor a las palabras. Hace relación al
compromiso que adquirimos al dejarlas salir de nuestros labios, a
una toma de posición que lleve al ser humano a ser no
sólo veraz sino específico. Y con esto, a no
generalizar buscando continentar la nada y escapar al compromiso,
sino dar de sí una idea clara y contundente de su
posición ante la vida. Se refiere a no jugar a lo que hoy
llaman de "políticamente correcto" y menos que menos a
tildar de consumidores a los ciudadanos o a tratar, que es casi
lo mismo, como cosas a los seres de carne y hueso, o incluso a
despojarlos de su lugar en la sinfonía humana que todos
componemos por acción u omisión.
Brecht apela, repito, a una prédica valiente que tenga por
norte al otro, a nuestra, a mí, responsabilidad para con
el otro.
Prosigue en su quinto paso hacia la verdad, apuntando que "Cuando
reina la opresión, no hablemos de ´disciplina´, sino de
´sumisión´ pues la disciplina excluye la
existencia de una clase dominante. Del mismo modo, el vocablo
´dignidad´ vale más que la palabra
´honor´, pues tiene más en cuenta al hombre.
Todos sabemos qué clase de gente se precipita para tener
la ventaja de defender el ´honor´ de un pueblo, y con
qué liberalidad los ricos distribuyen el
´honor´ a los que trabajan para enriquecerlos."
No deja espacio a la complacencia, ciertamente, al ir en procura
de la veracidad de comportamiento, del desapego a lo vano y menor en
pro de la dignificación del otro hombre, de la otra mujer,
no incurriendo a su vez, y desde las acciones de gobierno, por
ejemplo, en acciones supuestamente honorables que terminan
colocando al pueblo, ya no a aquella población, en el
frente mismo de acciones tan perversas como mortales. Jugar con
la gente, jugar a ser una deidad y que el pueblo se diversifique
en segmentos sin capacidad de reacción.
Luego de citar a Shakespeare y al
propio Swift para ejemplificar aspectos de este quinto paso hacia
la verdad, el alemán atiende a un aspecto crucial:
"Militar a favor del pensamiento, sea cual fuere la forma que
éste adopte, sirve la causa de los oprimidos."
Magistral, sin vueltas, sin especulaciones. Porque Brecht apela
al pensar libre, autónomo, desde uno mismo y hacia el
mundo. Hablo del pensamiento crítico.
Prosigue de esta forma: "En efecto, los gobernantes al servicio de
los explotadores consideran el pensamiento como algo
despreciable. Para ellos lo que es útil para los pobres es
pobre. La obsesión que estos últimos tienen por
comer, por satisfacer su hambre, es baja. Es bajo menospreciar
los honores militares cuando se goza de este favor inestimable:
batirse por un país cuando se muere de hambre. Es bajo
dudar de un jefe que os conduce a la desgracia."
"El horror al trabajo que no alimenta al que lo efectúa es
asimismo una cosa baja, y baja también la protesta contra
la locura que se impone y la indiferencia por una familia que no
aporta nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes
voraces y sin ideal, de cobardes a los que no tienen confianza en
sus opresores, de derrotistas a los que no creen en la fuerza, de
vagos a los que pretenden ser pagados por trabajar, etc."
" Bajo semejante régimen, pensar es una actividad
sospechosa y desacreditada. ¿Dónde ir para aprender
a pensar? A todos los lugares donde impera la
represión."
Vergüenza y coraje; determinación y
ponderación, son el ropaje del hombre y de la mujer
libres. Que a su vez se ven enriquecidos cuando dan lugar al
pensar, cuando dejan, cuando permiten –digámoslo aun
más fuertemente: cuando se permiten-, acallar el ruido en su
interioridad y dar paso al diálogo vivificante con la
conciencia, emergiendo así la conciencia moral y, por
qué no el propio remordimiento.
Y ¿por qué reitero tanto estas palabras ?
Porque a veces, aunque suene increíble, debe despejarse
conceptos tan errados como trágicos: La conciencia no es
ni un órgano, ni un adminículo ni tampoco nos viene
dada. No. La conciencia, tanto se adquiere cuanto se pierde, si
damos paso, seguidamente, a un pensar reflexivo.
Llamo pensar reflexivo a aquel que emprendemos sin una meta fija,
al que nos permitimos acceder, en la soledad de un momento que
necesariamente debe darse con la mayor asiduidad. Está
también, claro está, el otro pensar, necesario
también pero diferente en calidad: hablo
del pensar calculador.
Ese otro pensar, indispensable también, al que accedemos
para solucionar una situación equis, para promover una
acción; es decir, aquel que tiene meta y objeto. Ambos son
indispensables, pero el pensar reflexivo es ineludible para el
individuo que
además pretende ser persona humana. Y ahí es que la
conciencia, no sólo la psicológica sino
también la moral, la
que entra en diálogo con los principios que vertebran
nuestra acción, cobra vida e ilumina más y mejor
nuestro sendero.
Digo entonces que un sujeto que se cuestiona y busca construir en
su interior y de cara a los otros, un templo donde las columnas
que lo sostengan sean las del amor, la hondura del pensar, el
valor para proferirlo y la determinación para realizarlo
en acciones solidarias y responsables con sus semejantes,
estará claramente en el sendero dando los pasos adecuados
en pos de lo humano.
Prosigue Brecht con este texto apasionante, ingresando, a
propósito de la guerra, en este otro aspecto crucial de
los acontecimientos del hombre. Dice: "Si en nuestra época
es posible que un sistema de opresión permita a una
minoría explotar a la mayoría, la razón
reside en una cierta complicidad de la población,
complicidad que se extiende a todos los dominios. Una complicidad
análoga pero orientada en sentido contrario, puede
arruinar el sistema. (…) Así, los pioneros de la verdad
pueden encontrar terrenos de investigación relativamente poco vigilados.
Lo importante es enseñar el buen método, que exige
se interrogue a toda cosa a propósito de sus caracteres
transitorios y variables."
Permitirnos ver más allá de lo que
comúnmente uno piensa debe ser visto. Saber ver, es decir,
ver críticamente, escuchando, ahondando, sopesando las
variadas informaciones no tanto que nos dan sino aquellas a las
que nosotros mismos accedemos por nuestra propia búsqueda.
Búsqueda esta que debe ser tan tenaz como despejada de
preconceptos. Consiste en atrevernos a indagar tan extensa como
profundamente deba ser encarada la investigación, sobre
las cuestiones vitales para la forja de una vida digna junto a
los otros.
Dice, también: "Subrayar el carácter transitorio de las cosas equivale
a ayudar a los oprimidos. No olvidemos jamás recordar al
vencedor que toda situación contiene una
contradicción susceptible de tomar vastas proporciones.
Semejante método – la dialéctica, ciencia del
movimiento de las cosas- puede ser aplicado al examen de materias
como la Biología y la Química, que escapan
al control de los poderosos, pero nada impide que se aplique al
estudio de la familia; no
se corre el riesgo de suscitar la atención."
Porque si practicamos en todo momento la duda razonable,
también debemos considerar lo transitorio, relegando
aquello que se nos da como permanente. Justamente, como verdad
revelada y por ende, a la que no debiéramos siquiera
atrevernos a cuestionar. Pues a esa misma es a la que debemos
cuestionar.
Hacerlo no tozuda sino críticamente, más aun:
dialécticamente. Con información, e indudablemente
con análisis y en diálogo, pero por sobre todo en
escucha atenta al otro. Debemos despojarnos de nuestras certezas,
de su seguridad y
permitir que el otro pueda proferir su mensaje, mientras nosotros
acallamos los ruidos de nuestra interioridad para que podamos
percibir, al escucharlos, como dijera el humanista Elías
Canetti, los latidos del otro hombre. Y ahí sí,
recibido el mensaje, sopesarlo, y ofrecer nuestra propia y libre
versión sobre el mismo o a partir del mismo junto con los
otros datos recabados.
Termina Brecht con estas palabras: "Cada cosa depende de una
infinidad de otras que cambian sin cesar; esta verdad es
peligrosa para las dictaduras. Pues bien, hay miles de maneras de
utilizarlas en las mismas narices de la policía."
Y añade: "Los gobernantes que conducen a los hombres a la
miseria quieren evitar a todo precio que, en la miseria, se
piense en el Gobierno. De ahí que hablen de Destino. Es al
Destino, y no al Gobierno, al que atribuyen la responsabilidad de
las deficiencias del régimen. Y si alguien pretende llegar
a las causas de estas insuficiencias, se le detiene antes de que
llegue al Gobierno."
A modo de
conclusión
Brecht y nuestra conciencia nos preparan para este
momento. El momento en que debemos enfrentarnos a los
clérigos del destino manifiesto, de la verdad revelada,
sea del tenor que fuere. El camino ya sabemos cómo
recorrerlo. Falta, qué duda cabe, el hacerlo. El ponerse
en marcha.
Si bien estas líneas fueron escritas en una época
de la historia particularmente álgida por lo que
instauraba, cuánto y cómo podemos valernos de su
prédica para alertarnos respecto del presente en todo
lugar. Sólo que hoy se trata tanto del totalitarismo
mediático como del dogma neoliberal, para citar dos
ejemplos.
Adjudicar responsabilidades al "destino", rehuyendo la nuestra.
Nosotros mismos tenemos nuestra cuota parte de responsabilidad en
los hechos que tienen cita en la comarca como en el mundo;
advirtámoslo. No endilguemos, exclusivamente,
responsabilidades a otros, sean personas, países o
grupos de
países, si antes, siquiera, no admitimos la nuestra, en su
grado y proyección pero ciertamente responsabilidad al
fin.
Lo vital es no caer en lugares comunes, no apagar las luces del
pensamiento libre, no impedirnos el intentar ser libres, por
más doloroso que sea, que lo es y cuánto.
Compromiso y sentido. Valor y trascendencia. Así es como
la persona humana permanecerá y prosperará junto
con su comunidad.
Se trasciende con la acción, así luego, como
sucederá por imperio de nuestra precariedad de vida,
partamos definitivamente.
Viven siempre los que tienen un lugar en nuestra memoria y en
nuestro corazón.
Morir mueren los reptiles, los abyectos, los que borran o
pretender borrar, sin resultados para quien los ve en su
mendicidad, las líneas, los rasgos de su rostro.
Brecht fue un hombre superior. Toda su obra giró en
torno a dar al
otro las armas para ser
libre con dignidad y en solidaridad con los otros.
La verdad se muestra esquiva,
pero en su búsqueda, de la mano de Brecht, vamos
alcanzando las herramientas
para ser dignos merecedores de la misma. Si es que la hay en una
exclusiva versión.
¿O habrá varias? Lo veremos, pero lo importante,
creo yo, es estar en el camino, con acción de vida, desde
el arrojo a ser libres junto con los otros. Repitámoslo
para aquellos que creen que la vida pasa por su sola existencia:
el hombre es un ser en relación con otro hombre. Es el
principio dialógico que guía la vida de hombres y
mujeres que creen, y quieren, ser personas.
Que sea Bertolt Brecht, desde su poema Contra la seducción
quien despida estas reflexiones:
No os dejéis seducir:
no hay retorno alguno.
El día está a las puertas,
hay ya viento nocturno:
no vendrá otra mañana.
No os dejéis engañar
con que la vida es poco.
Bebedla a grandes tragos
porque no os bastará
cuando hayáis de perderla.
No os dejéis consolar.
Vuestro tiempo no es mucho.
El lodo, a los podridos.
La vida es lo más grande:
perderla es perder todo.
Permanezcamos en el camino y si podemos:
¡atrevámonos!
¡Siquiera demos el primer paso!
Y mantengámonos hasta dar el otro, hasta llegar adonde
debemos: hasta el rostro del otro ser humano, que nos
aguarda.
¡Que nos precisa!
Héctor Valle
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